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EL CUENTO DE MI BISABUELA Y ALGO MÁS

Recuerdo en las noches frías, cuando en la casa de mi abuela Lucila prendían la estufa a carbón y leña para que ésta se calentara y así nos mantuviera tibiecitos a los nietos que la acompañábamos en ocasiones cuando nuestros padres salían a trabajar.

La abuelita Lucila aún contaba con la presencia de su madre, la bisabuela Evelia y las dos compartían con nosotros en el día y en ocasiones en las noches lluviosas de mi región fría en temperatura, pero cálida a la hora de albergar y hacer sentir bien al forastero.

La bisabuela Evelia, nos contaba historias de lo que sucedía cuando vivió en el campo, una de las tantas que escuché y que se quedó muy marcada en mi mente,  es el relato que nos ponía a mi y a mi hermanito con los pelos de punta y la piel arrosuda como decimos hoy en día; la historia narraba una época en que se encontraba mi bisabuela en la finca de una población de Boyacá, a eso de las diez de la noche,  preparando arepas de maíz, para el puntal de los obreros, que sacarían la cosecha de mazorca al día siguiente. Estando ella en su labor doméstica, escucha un bramido bastante ensordecedor, es un toro al parecer el animal está bastante furioso, en ese instante ella decide salir a ver que es lo que está sucediendo, en compañía de su lámpara de petróleo, pues en su corral no hay sino solas vacas lecheras para ordeñar, en el horno se quedaron trece ricas y deliciosas arepas dorándose a fuego lento, de repente al asomarse y pasando por el tras portón que la comunica a los prados y pastales de la finca, el infernal sonido del animal se agudiza y de repente un fuerte ventarrón apaga la lámpara que sujeta entre sus manos mi bisabuela, al verse en ese instante a oscuras, cierra el tras portón e ingresa apresuradamente a la casa, temblando de miedo y buscando fuego para nuevamente prender la mecha de su lámpara.

Cuando el susto ya parece a ver pasado, ella se acuerda de las arepas que había dejado en el horno y va a verificar como va su cocción, en el instante en que abre la puerta de éste se siente una suave brisa que reaviva las pequeñas flamas que se habían apagado sin ningún motivo.  Ya en la madrugada cuando el sol empieza a mostrar sus primeros rayos incandescentes,  el gallo canta con mucha altivez, el olor a hierbas y fresco aire puro se empieza a saborear, la bisabuelita Evelia, cansada por esa ajetreada noche, sale a observar, llega a los corrales de sus animales y cuando mira hacia el horizonte encuentra una buena parte del cultivo arrasado y destruido.

Mi bisabuela quedó consternada, asustada y pensativa sobre aquel suceso; pues ella considera que fue el mismísimo diablo quien se le manifestó, pues lo que ella vio y sintió no fue de este mundo, fue algo infernal que a nadie  desearía que le sucediera, desde ese momento y hasta los últimos días de su existencia cuenta mi abuela Lucila que ella antes de dormir, hacía oraciones a Dios y a los ángeles  para que la protegieran  y la libraran de una cosa tan espantosa como la que le había sucedido esa noche del mes de junio del año 1918.